26 de enero de 2009

MADOFF Y EL MUNDO DE PAPEL

Publicado en el Diario Útima Hora el 17 de enero de 2009

Con la tecnología de la información y de las comunicaciones los ahorros, basados en la confianza, se han convertido en simples papeles negociables quien sabe dónde y por quien

Existió una vez un mundo donde los pescadores, en lugar de comerse todos los días los peces que capturaban, guardaban algunos para comérselos mientras construían canoas y redes.

Los actos de ahorro e inversión eran realizados por la misma persona, de manera simultánea.

En aquel mundo también existían quiebras, pero éstas se originaban en errores de cálculo o mala administración de recursos, más no por fraudes cometidos aprovechándose de las oportunidades que brinda la intermediación financiera.

Pero los negocios del mundo crecieron y los pescadores se compraron más canoas y redes, multiplicando sus ganancias hasta que construyeron su propio puerto así como embarcaciones de gran porte.

Y ya no podían abarcar todo, entonces surgió el intermediario, aquella persona de confianza que utilizaba su tiempo en encontrar colocación a tanto dinero acumulado, de modo a que sus dueños obtengan mayores beneficios.

Así apareció el “negocio” de la intermediación que permitió concentrar recursos de los ahorristas -seres humanos que muchas veces tenían más dinero que ideas- en manos de los empresarios.

Hasta llegar al siglo XX que con la tecnología de la información y de las comunicaciones ha convertido aquellos ahorros, basados en la confianza, en simples papeles negociables quien sabe dónde y por quien.

Dicho con otras palabras, hoy el típico ahorrista compra papeles, que solo Dios sabe que representan, con cuyos fondos alguien hace algo o por lo menos se presume que lo hace.

Y el ahorrista termina por confiar cuando mira: al etiquetado ejecutivo que recibe sus fondos, la pinta que tienen las oficinas donde llevó dichos fondos, la calificadora de riesgos que le otorgó el sello de seguridad y las publicidades mentirosas pero excelentemente montadas a través de Agencias de primer nivel en materia de venta de imagen.

Así surgió Bernard Madoff, corredor de bolsa de Wall Street, respetado inversionista, que acabó por declararse responsable de uno de los más escandalosos fraudes financieros de la historia que ha sobrepasado los 50 mil millones de dólares.

Este personaje, que durante los años sesenta había sido socorrista playero, inició su andadura en las finanzas reuniendo ahorros de colegas, amigos y familiares en el entorno de los judíos más ricos de los suburbios estadounidenses de Long Island, Palm Beach, Florida y Manhattan, bajo la promesa de un rendimiento moderado, continuo y seguro.

Madoff cubría cualquier posible retirada de fondos a través de la estafa piramidal, echando mano del dinero de nuevos inversores.

“Nunca creímos que nos haría esto, era uno de los nuestros”, se escuchó murmurar a un connotado miembro del Palm Beach Country Club.

El sonado caso Madoff es una seria razón de Estado para los norteamericanos y sobre todo para el Gobierno de Barack Obama.

Y esto es así porque nadie puede creer aún que una sola persona haya podido por sí sola cometer semejante estafa de este calibre y duración.

Sin dudas, Bernard Madoff le ha asestado un golpe mucho mayor al capital financiero global a Wall Street.

Paraguay también ha tenido varios Madoff, sólo que sus golpes llegaron a afectar a la clase media en mayor medida.

Los Fermín de Alarcón, los Peirano y otros tantos foráneos confabulados con paraguayos que jugaron a banqueros representan la más firme expresión del “Madoff made in Paraguay”.

Que esta ingrata experiencia “yankilandia” nos invite a reflexionar en un año de crisis.

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