26 de enero de 2009

ALEJANDRO MAGNO Y EL PIRATA

Publicado en el Diario Útima Hora el 6 de diciembre de 2008

Ningún comportamiento ético puede surgir simplemente de la aplicación de un manual o código, pues debe provenir de una profunda convicción personal de que todo individuo merece ser respetado por el mero hecho de serlo.

Hace un tiempo me invitaron para dictar una conferencia sobre el tema de la Ética, específicamente en el ámbito de la Justicia.

A medida que preparaba la ponencia fui encontrando amplísimos ejemplos y anécdotas acerca de la ética, a la que todos nos referimos pero que en la mayoría de los casos sólo nos centramos en sus aspectos deontológicos y en los deberes específicos que asumen las instituciones.

Como se trataba de disertar ante un auditorio que trabaja para la Justicia no pude dejar de recordar la profundidad de la respuesta que un pirata caído prisionero tuvo la “osadía” de dar al célebre Alejandro Magno, cuando éste en persona le preguntó: ¿qué te parece tener el mar sometido a pillaje?, a lo que el pirata contestó “lo mismo que a ti: el tener al mundo entero; sólo que a mí, que trabajo una ruin galera, me llaman bandido y a ti por hacerlo con toda una flota, te llaman Emperador”.

Cambiemos el nombre de Alejandro por el de algunos contemporáneos y tendremos una historia actual como la de los ladrones de gallinas hacinados en las prisiones con vida infrahumana mientras vaciadores de bancos y de arcas públicas pasean orondos con el privilegio que les concede la legislada “libertad ambulatoria”.

Este pasaje de la historia antigua, que en nada cambió con la realidad actual, pone en duda tener que tirar todo el fardo por tanta corrupción e impunidad exclusivamente a la Justicia y sus agentes.

¿Y nuestra ética y valores personales?

O es que hay más de una ética.

¡No! ética hay una sola y es la que nos involucra a todos y no se trata de aquella pintarrajeada en códigos escritos con letras de molde acartonados en hilos de oro.

Y esto es así porque ningún comportamiento ético puede surgir simplemente de la aplicación de un manual o código, pues debe provenir de una profunda convicción personal de que todo individuo merece ser respetado por el mero hecho de serlo.

La ética se refiere a las normas que rigen la actividad humana desde el punto de vista de la bondad y su ámbito se centra en la capacidad o posibilidad del ser humano, para realizar un comportamiento “consciente” y “libre” pudiendo orientar su conducta hacia una meta o finalidad.

Es por eso que más allá de la casuística, la ética es principio de conciencia que se atiene a la verdad de las cosas y de las personas.

De allí que sostengo que sólo hay una ética, que pone en relación a esa persona con ella misma y con la sociedad que la rodea.

Ningún atenuante puede aceptarse en ello.

Grandes y chicos, amarillos, negros o blancos, religiosos o agnósticos tenemos las mismas facultades que nos permiten conocer y aceptar o rechazar las cosas.

Todos gozamos de una radical libertad en la que nos movemos voluntariamente aceptando el bien o rechazando el mal.

Todos somos sustancialmente responsables de nuestras acciones y de sus consecuencias.

Entonces, para recuperar al ciudadano planetario devolviéndole su valor como persona debemos necesariamente recurrir a los grandes pensadores de la filosofía universal y apelar esta vez a Aristóteles.

Este filósofo griego nacido en el entonces reino de Macedonia, definía la moralidad como un recto actuar y señalaba que un hombre ético, es el que actúa conforme al bien no en un afán de placer o porque sea útil, sino porque el bien en sí lo merece.

Y sobre la ética, a su padre, Nicómaco, le recordaba que era la parte de la filosofía que no se estudia tanto para saberla como para practicarla.

Sin dudas, cuanta falta hace filosofar de vez en cuando para recuperar nuestra misión de humanos.

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