21 de abril de 2009

UNIVERSIDAD Y HUMANISMO

Publicado en el Diario Útima Hora el 11 de abril de 2009

La universidad necesita de un profundo debate acerca de su misión actual así como del compromiso social que le corresponde asumir con su medio y con su tiempo...

La mayor crisis financiera desde 1929 tiene una causa directa en las aulas universitarias.

De ellas egresaron, en su mayoría, quienes provocaron la crisis haciendo mal uso de la formación y el saber recibidos.

¿Dónde están nuestras universidades en este nuevo escenario mundial?

¿No deben ser las iluminadoras del camino por el que transitará la juventud a través de la verdad y la sabiduría?

Su lema debería ser: “Universidad por un nuevo humanismo”.

Ello supone renovar su cuadro, directivo y docente, impregnándolo de vocación y misión de “diaconía de la verdad”.

La comunidad universitaria debe ser portadora de esperanza para la vida de la sociedad.

Sus miembros deben encarnar la sabiduría ante las nuevas realidades del mundo global.

De ahí la importancia de un nuevo humanismo para renovar la vida de la universidad.

Ello pasa por la santidad de la vida intelectual y universitaria.

Dicho con otras palabras: si la santificación, como finalidad de la vida, ha logrado entrar a las aulas, a los laboratorios, a las bibliotecas y a los currícula, o ha permanecido más bien en los patios y en las actividades extraprogramáticas.

La gran tentación de la universidad, en esta época, es orientar la búsqueda de su saber, por el prestigio, la utilidad y la recompensa social, sacrificando en ella la verdad.

¿Puede haber una corrupción mayor que la intelectual, que llama bien al mal y que aprisiona la verdad en la injusticia?

Es preciso reconocer que vivimos hoy un ambiente intelectual enrarecido y que el nihilismo ha penetrado en la propia universidad.

Por eso la consideración instrumental, pragmática o escéptica de la verdad sólo puede florecer ahí donde se ha perdido el gusto por la vida y el gozo por la verdad.

La universidad se ha atribuido una prevalecía funcional que ha tenido como consecuencia la pérdida progresiva de su finalidad de fondo: la educativa.

Ha puesto énfasis en la preparación de profesionistas en detrimento del interés hacia las disciplinas humanísticas respecto a aquellas científico-tecnológicas.

No ha evaluado el grado de coherencia entre lo que se enseña en clase y lo que se aplica en la vida.

A su vez, el relativismo es una tentación que está muy presente en la vida universitaria y que conduce al individuo a la falta de solidaridad.

La universidad hoy, junto a su comunidad, debe revisar, críticamente, sus programas y carreras que, a menudo, se adecuan a los requerimientos del mercado, minimalista y pragmático.

Al respecto, ¿en cuantas ocasiones los directivos universitarios han reflexionado al modificar planes curriculares?

O ¿tan solo se remitieron a pensar en el mercado deshumanizado y pragmático?

La universidad necesita de un profundo debate acerca de su misión actual así como del compromiso social que le corresponde asumir con su medio y con su tiempo.

Entonces, surge determinante develar los muchos silencios de la universidad respecto de sí misma y de las relaciones que entabla.

Ello supone definir el compromiso que debería desplegar, descubrir la responsabilidad que tiene y asumirla.

Esto equivale a sentirse obligada seriamente a cumplir un contrato con la sociedad.

Presume plasmar un mandato social que recupere el discurso crítico ensamblado en una ética de la acción que irradie en la propia formación subjetiva de la persona y aliente las condiciones prácticas de transformación social.

Es necesario que desde el centro universal del saber se recuperen los valores perdidos por la humanidad a causa de la globalización y el consumismo.

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