21 de abril de 2009

SEMANA DE REFLEXIÓN

Publicado en el Diario Útima Hora el 4 de abril de 2009

Lo que hace y quiere la mayoría suele ser más bien contrario al verdadero bien porque la muchedumbre busca principalmente su conveniencia o placer...

Para los católicos la Semana Santa es el momento litúrgico más intenso.

Sin embargo, ha venido convirtiéndose en una ocasión de descanso y diversión, olvidando lo esencial: la reflexión.

Es un llamado a recapacitar sobre la conciencia, la moral y la ética.

Deliberar sobre la conciencia importa examinar que quien sólo debe responder a su conciencia es más libre y capaz de alcanzar el éxito personal, que aquel que depende de la voluntad de terceros.

Este principio, inobjetable desde el punto de vista empírico, también lo es desde el punto de vista de la razón pura.

Por otra parte, algunos creen que la conciencia personal, en el estado en que se encuentre, es un principio absoluto del bien obrar.

Dicho con otras palabras: si lo hago en conciencia, obro bien, sin embargo actuar con moralidad, significa hacerlo en forma racional, de acuerdo a los criterios objetivos del bien, universalmente entendidos por los hombres lúcidos: maestros, sabios o santos.

Y es en la conciencia de ellos y no necesariamente en la nuestra, donde encontramos las pautas orientadoras del bien actuar.

A su vez, la filosofía moral nos enseña que la conciencia no se da espontáneamente, sino que se forma y se configura en una referencia constante a la ley natural y también, aunque en menor grado, a través de las leyes positivas.

Es así que mientras la ley natural es el gran principio ordenador de la conducta buena de las personas, las leyes positivas que se van perfeccionando en el tiempo sirven como pequeñas luces orientadoras, solamente válidas si no están en discrepancia con el precepto natural, también conocido como ley de la racionalidad plena.

Ello supone que el bien y el mal no nos pertenecen, porque nosotros nos ponemos en camino hacia lo correcto o incorrecto con toda nuestra libertad, inteligencia y voluntad, previamente informadas por el sentido común.

Para los relativistas, la ley natural no existe sino en la mente de los autores de moral, llegando a enunciar como único criterio del bien y el mal, el que cada cual se auto propone como tal.

Si fuera así, existirán tantas éticas como personas y tantos bienes y males como pareceres hubiera en la humanidad.

Desgraciadamente, esto está pasando hoy.

Los hombres crean los códigos, o normas deontológicas, cuando la gente se porta mal pero cuando se porta bien no es necesario establecer por escrito lo que se sabe y practica de memoria.

Sin embargo, a veces es necesario establecer reglas para delimitar responsabilidades e intereses distintos.

Buena señal por una parte y no tan buena por otra.

Buena, porque significa que la conciencia general se despierta ante el incumplimiento de lo que debieran ser normas impresas en los individuos.

Pero no tan buena, puesto que la presencia de normas escritas y sanciones implica una imposición a la libertad y voluntad que configuran por sí mismas la esencia misma de lo ético.

Y cuando se delega en lo escrito el deber personal, se expone al hombre a dejar de pensar por sí mismo y descansar su propia conciencia en la del legislador.

Quien actúa éticamente es, ante todo, libre, consciente, capaz de gobernarse a sí mismo no sólo en público, sino también en privado.

Es él y no la norma escrita, quién decide la diferencia entre regalo, soborno y coima, entre afecto y presión, entre gratuidad y obligación.

Ya Séneca, el gran moralista romano, decía “lo que hace y quiere la mayoría suele ser más bien contrario al verdadero bien. Porque la muchedumbre busca principalmente su conveniencia o placer”.

Por eso la ética no es patrimonio de las mayorías sino el esfuerzo de las minorías.

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