3 de febrero de 2008

LA EDUCACIÓN SUPERIOR

Publicado en el Diario Última Hora el 19.01.08

Asunción, Paraguay

Estoy siguiendo las notas periodísticas así como las opiniones que se vierten últimamente sobre el nivel de la educación superior en nuestro país.

Sin dudas que las masivas ofertas académicas de postgrados y, en especial, de grado máximo, generan desconfianza tanto en los medios como en la misma sociedad.

A su vez, debo reconocer que, en lo que a educación superior se refiere, la masificación con la calidad y la excelencia no van de la mano.

Por eso, afirmar que el número de alumnos o cantidad de matriculados son factores de medición de la excelencia de una institución educativa terciaria; o, que el criterio populista de “libertad” debe primar sobre la competencia básica para el acceso a la universidad -según escuché opinar a un rector- me parecen fundamentos muy lejos de la verdad.

Y es así como se percibe desconfianza acerca de la calidad en la formación de la persona en las universidades.

Entonces, he creído conveniente efectuar algunas reflexiones harto conocidas por quienes en realidad han estudiado y han hecho de la academia una profesión.

El primer problema de la universidad paraguaya, sin excepción, es su divorcio de la sociedad, incluso más que aquella duda sobre su efectividad académica.

Y es que la pertinencia de las universidades radica precisamente en la necesidad de establecer un nuevo sistema de relaciones con la sociedad y el Estado, basadas en la rendición de cuentas de las instituciones de educación superior.

La sociedad está exigiendo de forma diferente a la universidad; ya no basta con que ésta sea el lugar donde se acumula el conocimiento universal, pues la globalización de la información le sustrajo a la universidad ese privilegio.

Hoy la sociedad exige que ese conocimiento sea aplicado a su entorno, que sea pertinente y que provoque un impacto.

Tampoco es suficiente que la universidad posea tradición pues ella no siempre es sinónimo de calidad.

Y estas antiquísimas y perimidas situaciones afectaron sensiblemente la concepción de la calidad.

Es evidente que el concepto de calidad de la educación universitaria ha variado y aquellas universidades que no sean capaces de orientarse y adecuarse a las nuevas exigencias sociales, sencillamente desaparecerán o se convertirán en fósiles.

En los últimos años los estados latinoamericanos han adoptado políticas para evaluar y acreditar universidades como respuesta a la globalización y a la explosión indiscriminada de programas e instituciones de educación superior, como también al debilitamiento de la calidad.

La mayoría de las universidades latinoamericanas enclaustradas y a veces atrincheradas en sus antiguas concepciones de autonomía, calidad y enciclopedismo, no tomaron la iniciativa para presentar vías de solución adecuadas.

Por tanto, la calidad no puede ser definida sólo desde aspectos cuantitativos como el de la tradición, el elitismo o, peor aún, la masificación.

Por eso, ella debe ser vista en términos que faciliten y hagan nítidos los procesos de evaluación y acreditación de la educación universitaria.

Hay mucho por hacer, poco por decir y más compromiso que asumir, por quienes hoy tienen la responsabilidad de dirigir la educación superior.

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