17 de junio de 2008

CRISIS INSTITUCIONAL

Publicado en el Diario Útima Hora el 14 de junio de 2008

Es el funcionamiento institucional de un país el que determina su nivel de riesgo y su aptitud para superar el examen internacional de la competitividad

No hay que buscar en la economía a la culpable de todos los males ni dedicarla el logro de metas apropiadas. Es el funcionamiento institucional de un país el que determina su nivel de riesgo y su aptitud para superar el examen internacional de la competitividad. “No es la economía, estúpido” es una famosa frase atribuida a Bill Clinton quien la habría pronunciado en su campaña electoral. En ella el ex presidente norteamericano resaltaba la importancia que para los votantes americanos tenía la marcha de la economía.

Pero es de miopes pensar que la raíz de nuestro problema es económica. Por el contrario, es la debilidad institucional la que afecta a la economía y determina la pobreza del desarrollo. La falta de credibilidad en los Poderes del Estado es otra manifestación de la crisis institucional cuya responsabilidad es atribuible a toda la clase dirigente y no sólo a la política. Y esto es así porque no debe perderse de vista que siempre hay “alguien” que financia a los políticos.

El nuevo gobierno que asumirá el 15 de agosto próximo debe ser conciente que recibirá un país institucionalmente deteriorado y debilitado, hecho que repercute en la economía y condiciona su desarrollo. Y no hay posibilidad alguna de desarrollo económico, definido éste como crecimiento más promoción humana, sin una reconstrucción institucional previa.

Ejemplos sobre la crisis de debilidad institucional sobran: como el de atribuir el problema a la inflación cuando el mal radica en la gran mayoría que la convalida y acepta que se mienta acerca de ella por intereses de corto plazo; o el de la educación escolar básica donde la escuela pública hoy ofrece una calidad educativa considerablemente inferior a la de la educación privada. Otro gran parásito que debilita instituciones es la forma de concebir el poder, al punto que quienes lo detentan se han enamorado tanto de él que no lo perciben como un medio para mejorar las condiciones de vida de sus semejantes sino como un fin en si mismo.

Entonces los agentes políticos encuentran motivación cuando, junto a su clan familiar, acceden y se perpetúan en él. Es así como en el Congreso y en las Juntas Municipales y Departamentales se han impuesto las “dinastías”. Cónyuges, hijos y hermanos se suceden o comparten el poder. Así la sangre fue desplazando a la meritocracia intelectual. Pero no solo la clase política es responsable. Lo soy yo también por mi temor a decir muchas veces lo que pienso. Cada uno sabrá el propósito de su silencio cómplice. Ese callar que otorga poder y hasta impunidad. No aplaquemos nuestro anhelo de un país mejor. La calidad institucional debe preocuparnos. No solo por una cuestión ética sino porque de no hacerlo, a mayor o menor plazo, seremos “castigados” por nuestro silencio.

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